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Mostrando las entradas de septiembre, 2020

Desierto Sonoro (fragmento)

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Durante los siguentes veinte minutos, más o menos, vamos todos en silencio en el coche, escuchando las canciones que se suceden en modo aleatorio, mirando por las ventanillas un paisaje herido por décadas o tal vez siglos de agresión agropecuaria sistemática: campos partidos en parcelas cuadrangulares, violados por perforadoras y maquinaria pesada, hipertrofiados con semillas modificadas e inyectados con pesticidas, donde los árboles raquíticos sostienen frutos robustos e insípidos para exportación; campos encorsetados para una circunscripción de cultivos de plantas herbáceas, organizados en patrones que recuerdan el infierno de Dante, irrigados con sistemas de riego de pivote central; y campos convertidos en no-campos, soportando el peso del cemento, los paneles solares, tanques y molinos gigantescos. Atravesamos una franja de tierra punteada con cilindros cuando suena de nuevo la canción de <<firefly mode>>. De pronto el niño se aclara la garganta y anuncia que tiene algo

"La noche de los feos", de Mario Benedetti.

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Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia. Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro. Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En l