Mi Paz
Hemingway solía decir: "jamás escribas sobre un lugar mientras estés en él", hablando estrictamente de La Paz es una regla que me atreví a romper en más de una ocasión, porque aunque sabía desde el primer momento en que pise este lugar, no iba a ser el lugar donde me quedaría hasta mis últimos días, sí sabía que se convertiría para siempre en un hogar.
Ahora escribo desde la distancia, y sobre las cosas que la distancia me permiten escribir. Quizá, si aún estuviera ahí, no podría escribir todo esto, pero ahora puedo.
Lejos de las cosas obvias o por las que siempre he pregonado mi amor por este final de península, uno de los últimos puntos del mundo, uno de los pocos lugares donde un mar y un océano son divididos por un desierto, y en cierto punto se conectan como todo hombre se debe conectar con su destino, me permito escribir sobre las cosas que extraño de este lugar y que son muy distintos a otras ciudades que son paralelismos o imitaciones en sí a las grandes urbes pero en pequeña proporción en la que haya estado, pero también me permitiré escribir sobre las cosas que no extrañaré, porque todo lo que amamos en la vida en verdad, tendrá un complejo de amor-odio.
La vida apacible de la bahía, y de los diferentes puntos del estado que colindan con el mar de Cortés, hacen que uno comprenda porque la gente que es nativa desde varias generaciones, se tomen la vida de una manera tan relajada. Va por una cuestión mas allá del imbatible calor del verano, o del hecho que los foráneos que siguen sin entender que esa tierra les dio un hogar; no hay personas "huevonas" en La Paz, sólo personas que entienden que vida sólo hay una.
Hay un placer bastante particular en caminar en estos lugares, que va más allá de la constante vista hacia el mar, y que creo yo es más por el ritmo propio del latido del mar. Las calles vacías en horas pico, mientras los foráneos trabajan y los locales duermen la siesta, lo hacen a uno soñar. En estos momentos me enorgullecía profundamente no ser de aquí ni de allá, ser un ciudadano del mundo, ser ese ser raro, esa excepción; "una historia mas en la ciudad".
Aunque tenía, como todo el mundo que conoce La Paz, mis playas favoritas, por esa necesidad mia de estar mas en contacto con la naturaleza que con la gente; no puedo negar que todo contacto con el mar y la arena me llenaba de placer. El concepto como tal de "la playa" que tienen los demás no me convence del todo, ni antes de conocer el mar me convencía, no después de vivir 13 años muy cerca de el. Eso de ir cada fin de semana a beber y meterse al mar, no era algo que hiciera con frecuencia. Evidentemente lo hacía, porque al final de cuentas también soy una persona con necesidades básicas como la amistad, pero las veces en que yo mas disfrutaba poder estar en la playa, era sentado en la arena, contemplando el mar, sin romper con mi persona su perfecto palpitar, leyendo algún libro o tomando fotos, en esos momentos era en los que me sentía mas yo.
Si bien el movimiento muralista en la ciudad empezó con gran auge y calidad llenando de criaturas y colores las calles y dejar el menor espacio posible a la propaganda política; en últimos años, movimientos hacían, con el simple afán de hacer crecer el movimiento muralista, una selección de murales y autores que no aportaban calidad a esta corriente, organizaciones culturales ligadas al gobierno olvidaron que en todo en la vida, hablando más allá del espectro del arte, menos es más.
La clase política ha golpeado mucho a esta ciudad, mala iluminación por las noches, calles descuidadas, lugares que antes eran para las familias ahora son para el señor don dinero y ese señor don turismo que es amante de la fiesta y la droga, esperemos en cinco años no tengamos el mismo problema que en Acapulco.
Si bien el que ha indagado en las palabras escritas en este sitio sabe que el cine para mí es una cosa arraigada en mi corazón desde hace muchísimos años, debo reconocer que el movimiento del cineclubismo en esta ciudad no sólo me hizo amarlo más, sino que me hizo conocer ventanas que no conocía, y me dio a los mejores amigos que pude tener en este lugar. Esos amigos que me harán querer regresar.
Ahora escribo desde la distancia, y sobre las cosas que la distancia me permiten escribir. Quizá, si aún estuviera ahí, no podría escribir todo esto, pero ahora puedo.
Lejos de las cosas obvias o por las que siempre he pregonado mi amor por este final de península, uno de los últimos puntos del mundo, uno de los pocos lugares donde un mar y un océano son divididos por un desierto, y en cierto punto se conectan como todo hombre se debe conectar con su destino, me permito escribir sobre las cosas que extraño de este lugar y que son muy distintos a otras ciudades que son paralelismos o imitaciones en sí a las grandes urbes pero en pequeña proporción en la que haya estado, pero también me permitiré escribir sobre las cosas que no extrañaré, porque todo lo que amamos en la vida en verdad, tendrá un complejo de amor-odio.
La vida apacible de la bahía, y de los diferentes puntos del estado que colindan con el mar de Cortés, hacen que uno comprenda porque la gente que es nativa desde varias generaciones, se tomen la vida de una manera tan relajada. Va por una cuestión mas allá del imbatible calor del verano, o del hecho que los foráneos que siguen sin entender que esa tierra les dio un hogar; no hay personas "huevonas" en La Paz, sólo personas que entienden que vida sólo hay una.
Hay un placer bastante particular en caminar en estos lugares, que va más allá de la constante vista hacia el mar, y que creo yo es más por el ritmo propio del latido del mar. Las calles vacías en horas pico, mientras los foráneos trabajan y los locales duermen la siesta, lo hacen a uno soñar. En estos momentos me enorgullecía profundamente no ser de aquí ni de allá, ser un ciudadano del mundo, ser ese ser raro, esa excepción; "una historia mas en la ciudad".
Aunque tenía, como todo el mundo que conoce La Paz, mis playas favoritas, por esa necesidad mia de estar mas en contacto con la naturaleza que con la gente; no puedo negar que todo contacto con el mar y la arena me llenaba de placer. El concepto como tal de "la playa" que tienen los demás no me convence del todo, ni antes de conocer el mar me convencía, no después de vivir 13 años muy cerca de el. Eso de ir cada fin de semana a beber y meterse al mar, no era algo que hiciera con frecuencia. Evidentemente lo hacía, porque al final de cuentas también soy una persona con necesidades básicas como la amistad, pero las veces en que yo mas disfrutaba poder estar en la playa, era sentado en la arena, contemplando el mar, sin romper con mi persona su perfecto palpitar, leyendo algún libro o tomando fotos, en esos momentos era en los que me sentía mas yo.
Si bien el movimiento muralista en la ciudad empezó con gran auge y calidad llenando de criaturas y colores las calles y dejar el menor espacio posible a la propaganda política; en últimos años, movimientos hacían, con el simple afán de hacer crecer el movimiento muralista, una selección de murales y autores que no aportaban calidad a esta corriente, organizaciones culturales ligadas al gobierno olvidaron que en todo en la vida, hablando más allá del espectro del arte, menos es más.
La clase política ha golpeado mucho a esta ciudad, mala iluminación por las noches, calles descuidadas, lugares que antes eran para las familias ahora son para el señor don dinero y ese señor don turismo que es amante de la fiesta y la droga, esperemos en cinco años no tengamos el mismo problema que en Acapulco.
Si bien el que ha indagado en las palabras escritas en este sitio sabe que el cine para mí es una cosa arraigada en mi corazón desde hace muchísimos años, debo reconocer que el movimiento del cineclubismo en esta ciudad no sólo me hizo amarlo más, sino que me hizo conocer ventanas que no conocía, y me dio a los mejores amigos que pude tener en este lugar. Esos amigos que me harán querer regresar.
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