Mi primer amor.

Yo quise hacer el viaje solo. Yo y nadie más. Solo.
Me fui empequeñeciendo de tal modo que las margaritas me servían de sombrilla para la lluvia.
Recuerdo que tanto mi abuelo como mi mamá me lo repitieron miles de veces: ten mucho cuidado con el parque de los caracoles. Pero nunca me dijeron por qué. Es claro que el misterio nos fascina a los niños y por eso yo soñaba con ir un día solo.
Por eso , el día que se puso grave mi abuelo, mi mamá se la pasó cuidándolo y lo que yo hice fue esconderme de mis hermanos y me fui al jardin precisamente al parque de los caracoles, -solo. Bien solo. No tenía ni pizca de miedo a pesar que el obscurecer se ponía entre gris y verde amoratado.
Me di cuenta del encantamiento muy tarde: el sol se fue haciendo rojo guinda y muy grandote mientras yo me hacía más y más chico. Las cosas se acomodaban de otra manera.
Al caracol que traía en la bolsa lo tuve que soltar porque pesaba como cien kilos. Empezó a arrastrarse más rápido de lo que yo caminaba y varios de mis compañeros lo siguieron al mismo paso. Esto ya no me olía muy bien. A ada paso que yo daba, todas las cosas se iban haciendo más y más grandes ¡Los árboles parecían montes! ¡Cómo se me hizo largo llegar al estanque de las ranas! (¡También gigantes!)
Ante un griterío de croac-croac ruidosísimo los caracoles se detuvieron como por milagro.
Y una niña de mi edad más o menos empezó a cantar una cancioncita suave en un idioma muy extraño. Era delgada y muy morena, pero sus ojos brillaban como luna llena.
Me acerqué con mucho cuidado. Nunca había visto a nadie tan bella, ni a mi mamá.
Los caracoles la cercaron para impedirme el paso. Pero a un gesto de ella me dejaron pasar. No se me ocurrió otra cosa que darle un beso como en las películas.
Yo creo que le gustó, pues me lo devolvió en cosa de tres segundos. En seguida sentí el cuerpo muy raro. El olor a humedad y el sonido de unas marimbas pequeñinas se me agolparon en la nuca y sude frio. El corazón retum-tum-baba a grandes tamborotazos. Tuve la sensación clarísima de volar, pero no estoy seguro. El caso es que de repente todo se ensombreció. Empecé a tomar mi tamaño de nuevo y los caracoles, las flores y las ranas se volvieron chicos. La niña se me escapó de entre los brazos y creí morir.
Oí la voz de mi abuelo que regresaba del otro mundo y me hizo sentir mal, muy mal: -hija te dije que no fuera al parque de los caracoles solo; le pudo haber pasado lo peor.

La verdad yo no sé que es peor:si estar muerto o estar enamorado.

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