La soledad, la nostalgia y la mar siempre han sido muy grandes amigas cuando se trata de no dejarnos olvidar.
La mar es capaz de producirnos un sin fin de emociones y sentimientos cuando la conocemos, no como si fuera una mujer más, sino como todas las mujeres que llegan a tocarnos en verdad el alma. Primero viene un estado de felicidad con la mar, días, meses, años; uno determina la relatividad y la importancia del tiempo, los cortos y los largos plazos, a veces un instante puede durar una eternidad, a veces diez años no son mas que unas horas, o cien años mas. Después si un corto plazo se convierte en largo plazo viene la tristeza, después de esto viene un aislamiento, una especie de exilio auto impuesto; después viene la nostalgia, que si bien no es enteramente felicidad, tampoco es enteramente tristeza; y al final se mezclan la soledad con la nostalgia y el aroma a sal y las olas intermitentes que comienzan con una sensación de tranquilidad y en segundos pueden transformarse en agresivas, furiosas y violentas como la mar (porque siempre los recuerdos y las huidas tienen nombre de mujer como la mar) y se puede llegar a sentir por instantes mientras estas tres se juntan y platican, susurran sin hablar a tu oído, una agonizante y placentera sensación de inmortalidad. Soledad no siempre es dolor, nostalgia no siempre es tristeza, y la mar no siempre es sólo agua. Solo eso te lo puede proporciona la mar, una especie de regalo divino, el sufrimiento convertido en felicidad.
La mar siempre regresa todo y más que todo los recuerdos, no nos deja olvidar, nos anestesia por lapsos indescriptibles de tiempo haciéndonos creer sin nosotros saberlo que hemos olvidado hasta que vuelve a nosotros esa pequeña y pesada botellita de vidrio repleta de recuerdos que creímos haber olvidado y dejado por ahí hace varios años cuando se le fue permitido a cada hombre ver por primera vez de verdad a la mar, sólo se le ve por primera vez de verdad después de una herida, es cuando uno comprende que la mar está repleta de lágrimas de enamorados. Todos lanzamos esa botellita de vidrio alguna vez en nuestra vida con la esperanza de jamás volver a vernos hundidos en el recuerdo.
La mar no te deja olvidar, la nostalgia no te deja olvidar, la soledad no te deja olvidar, pero en cambio de eso, y sin ayuda de ningún licor más que el que la sal en tu piel te deja brillar, te permite sentir una extraña y diferente felicidad, la que los recuerdos que nadie más recuerda, atesora y contempla, sean propios o no; te pueden brindar.
La mar no tiene memoria de tanto que se le ha encargado para olvidar, todo lo regresa a todos, seas dueño o no. La mar no tiene recuerdos, solo tiene lagrimas que alguna vez alguien dejo y años después al verla, sonríe pero no vuelve a llorar, sólo que se logre rescatar dentro del agua lo que te hizo querer olvidar, todos en algún momento tenemos que volver a llorar. La mar no tiene amigos, no tiene nadie que la espera, ella solo espera y espera en nombre de locos poetas por la llegada de sus doncellas en los puertos con muelles de costosa loseta o sólo de rusticas y olvidadas piedras. La mar sólo tiene amantes, amantes bohemios y melancólicos ebrios de amor y licor que la necesitan sólo cuando hay algo que contar, algo que olvidar, algo que volver a sentir, algo que volver a llorar. La mar se disfruta más si estás solo, aunque nadie quisiera estar a solas ante tal mujer y tal monstruo de inmaculada belleza, a la mar para verla lo más hermosa posible hay que buscarla cuando hay noches solitarias y tristes a la salida de un bohemio bar, silencios largos que no tuvieron que haber existido, aires cobijados de frío, o lunas llenas que nos hacen volver al hogar.

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