3 sueños
Dentro de los cambios y lo convulsos que han sido los últimos días en mi vida, los sueños se han convertido en grandes aliados para descansar. Me han permitido ver personas que no he visto en semanas por la situación de la pandemia, me han permitido revivir personas que ya no viven, y me han permitido el contacto con personas que no veo hace años, incluso me han permitido reversionar cosas que he estado leyendo y viendo en últimos días. Y por encima de todos los reconfortantes sueños que me han dado descanso en las últimas tres semanas, hay tres que en una noche fueron muy notorios y que me gustaría compartirles acá.
Antes de compartírselos, debo aclarar ciertas cosas, como por ejemplo que ninguno involucra algún acto sexual, no digo que no haya tenido esa clase de sueños también, pero de estos tres que en realidad son especiales, y que creo yo, hablan de cosas que necesito en demasía en mi vida (como la presencia de amigos, el cine, los viajes), van a cosas que tienen que ver más con el alma, lo que sea que sea el alma.
No sé si ha ustedes también les pasa esto, yo supongo que sí, porque el lenguaje de los sueños debe ser igual para todos, pero mientras sueño, hay lapsos de estos en los que suelo ser la tercera persona que ve todo en la distancia, que ve a los personajes que están en este, cual película misma, y de repente, estoy en el lugar del personaje principal (si es que así se le puede llamar al que parece es la figura importante en el sueño) siendo yo, y de ese punto en adelante veo el sueño en primera persona. Pues bueno, para no hacer tan confusas las historias que escribiré, las narraré todas en primera persona, y en la medida de lo posible diré cuando soy una persona más, y cuando soy yo como tal.
Llegado a este punto, debo decir que mientras escribía esta introducción, se me ha olvidado el tercer sueño que iba a escribir, de modo que en vez de escribir tres, escribiré dos; no sin antes prometer que cuando lo vuelva a recordar, volveré a escribirlo para ustedes, pues esta clase de sueños por lo general siempre vuelven, pues son material para crear historias.
Sabíamos que teníamos que dejar el tren en ese pueblo, si seguíamos en éste, nuestra vida correría peligro, eso había gritado el hombre mientras caía del tren. Además, teníamos hambre, hacía días que no comíamos nada y teníamos que buscar un lugar para poder descansar y dormir. A partir de este punto en el camino, teníamos que caminar hasta llegar a la frontera. Yo ya estaba despierto cuando sonó el silbato del tren yéndose, uno de los pequeños, casi de mi edad, preguntaba si había sido una buena idea bajar de este, ninguno contestaba, ni los más grandes, ni nosotros; éramos cinco, ahora teníamos que pensar en buscar comida.
No tuvimos que buscar mucho, justo en el momento en el que el tren despejó las vías, y pudimos ver con detenimiento al otro lado, vimos sobre el cerro una tiendita color verde, no se veía nadie en la ventanilla y las cosas estaban al alcance incluso de las manos más pequeñas. Los más grandes no quisieron correr el riesgo y nos mandaron a los dos más pequeños a robar algunas cosas y ellos darían la vuelta para ver si encontraban alguna casa abandonada en la que nos pudiéramos meter para descansar el resto del día y dormir en la noche antes de seguir camino el día de mañana por el desierto, así que nosotros obedecimos.
“Habrá sido buena idea bajar del tren”.
Seguía pensando en lo que el niño que caminaba a mi lado había dicho, subimos a la tienda por la parte de las piedras, no por las escaleras, para que nadie nos viera, aunque nadie andaba por los alrededores en ese momento. Una vez que estábamos ahí y en el preciso momento en el que el niño estaba a punto de tomar algo, salió una señora detrás de una puerta que tenía como única división lo que parecía ser una sábana vieja y años atrás blanca. Era mayor, algo pasada de peso, pero se veía en su rostro que era una mujer amable. Nos preguntó que qué era lo que queríamos, el niño se puso nervioso y salió corriendo, yo en vez de eso le dije que habíamos llegado en el tren y que éste nos había dejado a mí y a otros cuatro amigos, los cuales estaban atrás de la tienda; le dije que teníamos hambre y que estábamos buscando un lugar para quedarnos a dormir una noche, que no tenía dinero, pero que podía pagarle con trabajo, la señora me vio y me sonrió, supongo que le caí bien, y me dijo que tenía un lugar en el que nos podíamos quedar, pero que se lo había prestado a las chicas del jeep negro que estaba abajo, que si lográbamos convencerlas de compartir el lugar, podíamos quedarnos allí.
Entre el grupo de chicas que iba en el Jeep negro, me pareció que conocía a una, pero no podía estar seguro, estaba a varias cuadras de distancia y no había reparado a esperarnos cuando les gritamos, de modo que podían ser alucinaciones mías, o mi manía de ponerle el mismo nombre a cada chica de cabello rojizo que veía en cualquier parte. Agarramos nuestras mochilas y empezamos a caminar por los callejones de San Miguel de Allende, Fer se quedaba atrás, y Eduardo y yo le decíamos que se apresurara. Ceci nos decía que ella conocía un atajo para llegar al lugar más rápido y saltarnos varias calles, como si entráramos a una especie de agujero negro, así que la seguimos. No sé en que punto de la caminata me di cuenta de estas cosas: la primera, que Francisco iba con nosotros, y la segunda, que eso más que los callejones de San Miguel, parecían los callejones del ex-cuartel de Durango. Ceci nos dijo que se había perdido, en ese justo momento llegamos a un cruce desde donde se veía el Jeep negro estacionado de las chicas, corrimos para llegar antes de que se instalaran, cuando llegamos, estaba un gran grupo de jóvenes, mujeres y hombres, limpiando el lugar, parecía una cueva llena de piedras pequeñas, todos estaban aventándolas hacia atrás en donde estábamos nosotros, así que nos fuimos hasta la parte de enfrente y empezamos a hacer lo mismo, pensábamos que si lo hacíamos, en automático nos podríamos quedar también en el lugar.
Había goteras en la cueva, Francisco estaba enfrente de mí y la mayoría de piedras que aventaba me pegaban a mí, a lo que le dije que sería mejor que me las pasara y yo las aventaba hasta atrás, en ese momento vi al grupo de chicas del Jeep negro, y entonces fue que la vi a ella, tenía que ser ella, digo, se veía idéntica, pero no podía tampoco afirmar que fuera ella, digo; había soñado toda mi vida en encontrármela en un lugar que no fuera La Paz, así que le dije a Francisco: “Oye, te acuerdas de la amiga de la que te había platicado, pues aquí está. Mira, es la de cabello rojo, deja le hablo. ¡Michelle!”. En ese punto todos voltearon a verme, incluida la chica de cabello rojo, pero instantes después todos siguieron con su trabajo. Supuse que después de todo no era ella.
Hacía muchos días que no iba al cine, y había visto en el periódico que este cine seguía estando abierto incluso en días de cuarentena, de modo que decidí que tenía que ir. Además, eran mis últimos días en Durango, y no podía irme sin poder ir al cine, que clase de visita sería esta si no lo hacía. El cine estaba muy cerca de la cineteca, y se parecía mucho a un cine que había hace años en La Paz, parecía un castillo de color amarillo, enorme, no sabía por que calles estaba, pero sabía llegar, tanto al de La Paz, como al de Durango.
Caminé solo por las calles como cuando iba a la casa del tío de Victor a mis clases de guitarra y a tocar con la banda, recordaba los días bajo la lluvia con mi guitarra en su estuche, las canciones de División Minúscula, de Panda, de Blink 182, de Green Day, de Good Charlotte, de Los Claxons, de Cuatro y medio; todas en mi reproductor mp3 de color naranja de ½ gb color naranja, recordaba muchas cosas, sobretodo a Alejandra.
Fue una gran sorpresa llegar al lugar y encontrar dos cosas: la primera, que aún estuviera cerrado. La segunda, que la única persona que estuviera haciendo fila fuera precisamente Alejandra y su hija, para mi fortuna no me había reconocido cuando pasé al lado de ella, iba con mi gorra de Bob Marley y la barba larga, ella jamás me había visto con barba larga, así que no quise quedarme haciendo fila, lo que hice fue irme hasta la otra acera, pasando el estacionamiento, y esperar ahí hasta que abrieran el cine.
Me daba gusto verla en la distancia, ver que era feliz, que había formado una familia. En algún punto en el que no era muy consciente de lo que pasaba por mi cabeza y los pensamientos que se iban generando, me di cuenta que este cine no existía, al menos no en Durango, y que, si había existido alguna vez en algún otro lugar, había sido hace mucho tiempo, fue entonces que me di cuenta que estaba soñando, y entonces desperté.
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