Fogata [Ella]
Tenía entre 24 y 25 años, él. Yo tenía para entonces 31 años. No tenía mucho tiempo de haber salido de la universidad, él. Yo ya había publicado una novela y un libro de cuentos, y estaba en una especie de crisis porque quería escribir otra novela pero no había ideas en mi cabeza en ese momento para desarrollar. Él había ido a la fiesta porque un amigo muy cercano de mi esposo, y no muy cercano de él lo había invitado con tal de que lo llevara en su coche. Tenía una de esas SUV´s muy cómodas color guinda, aún puedo sentir la textura acolchonada de su sillón trasero. Yo sabía de él, quién no sabía de él en aquella fiesta, aunque la gran mayoría no lo conocíamos en persona y jamás habíamos cruzado una palabra con él, sabíamos de él. Había publicado un par de cuentos realmente impresionantes en la revista literaria de la universidad mientras aún era estudiante, a mí me los había compartido una amiga mía que era su maestra y debo decir que cuando leí el primero que le publicaron, sentí algo de envidia por yo no haber escrito jamás algo así. Ya cuando le publicaron el segundo, ya había una especie de expectativa sobre el joven para cuando se graduara y empezara a escribir y posteriormente publicar una novela. Yo creía, o quería creer, que al igual que yo sabía de él, él sabía algo de mí, y así era, así me lo hizo saber cuando su amigo se acercó para saludar a mi esposo y a mí y nos lo presentó. Mi esposo no sabía nada del mundo literario local, le gustaba leer, por supuesto, si no jamás me habría casado con él. No quiero decir con esto que no fuera atractivo o que no tuviera otros encantos, pero creo que jamás tuve una relación con un hombre que al menos alguna vez lo hubiera visto leyendo un libro antes de salir con él, pero me desvío de la historia. Mi esposo era músico y promotor cultural, pero no conocía a los autores locales, yo sí, y al parecer aquel joven también, pues después de saludar a mi esposo de manera muy cortés, me saludó por mi nombre y me dijo que mi libro de cuentos le parecía extraordinario, no sé si pasó o no, pero yo sentí en ese momento mi cara arder, y siendo franca, hasta me sentí húmeda de la excitación que sus palabras me habían provocado. Luego de eso no cruzamos palabras en un buen rato, yo estaba con mi esposo, mi mejor amigo, que también es un talentoso escritor y mejor ensayista y orador, con quien no me casé porque es gay, y amigos del centro cultural del que todos formábamos parte ya fuera en la administración o dando talleres. Ya avanzada la noche, con la música y el alcohol, había algo que no me hacía olvidar las palabras de ese joven, y moría de ganas de verlo y cruzar mirada con él, pero no lo veía por ningún lado, así que decidí salir para afuera a ver si lo lograba ver. Mi esposo estaba con el resto de sus amigos, así que yo suponía que no me extrañaría mucho, así que salí, realmente había muy poca gente afuera, no sé si porque hacía un poco de frío, por el notorio olor a popo de perro que se percibía en el patio trasero de la casa del anfitrión, o por el humo que provocaba la fogata. Acomodé los trozos de madera que hacían al humo intenso y eché algo de hojarasca que había en el suelo por un naranjo que se aferraba al invierno, para que el fuego ardiera más rápido, estuve sentada unos segundos de cuclillas, cuando escuché que se habría la puerta e inmediatamente identífiqué las voces de quien entraba, era mi amiga y él. Ella me saludó abrazándome muy fuerte, pues hacía mucho que no nos mirábamos, él me miraba, cuando lo sorprendí haciéndolo, dirigió rápidamente su mirada al fuego, había algo de timidez y de madurez en su mirada, es una de esas miradas que uno no puede olvidar, es difícil de explicar, me estremeció como jamás alguien había logrado estremecerme, ni siquiera mi esposo. Entonces ella me dijo que él estaba escribiendo una novela, la cual ya estaba prácticamente terminada, pero tenía algunas dudas sobre ella, y necesitaba que alguien la revisara, alguien que ya hubiera publicado para ver si iba por buen camino y quería saber si yo se la podía revisar, yo le dije que sería un honor, entonces mi amiga, igual de tomada que yo, no sabría decir si él estaba tan tomado, pues se veía tan integro, tan apuesto con aquel saco que llevaba, y es que quién llevaba un saco a una fiesta tan informal como aquella, confieso que para ese momento yo ya estaba enamorada un poco de aquel joven. Pero volviendo a lo de mi amiga, ella le dijo a él que había quedado fascinada con los dos cuentos que había publicado en la universidad, él si que se sonrojó y me agradeció el gesto, yo le dije que ya hubiera querido yo haber publicado un cuento así en la universidad, y él me dijo que él quisiera algún día poder llegar a escribir un libro con cuentos tan cortazarianos como el mio. Yo, envalentonada y para ese momento ya muy deseosa de poder seguir platicando con aquel joven sobre sus escritos y mis escritos, pero a solas, le dije que porque no íbamos por el manuscrito, él, algo sorprendido y visiblemente nervioso, me dijo que si ahora, y le dije que, que ahora, que íbamos, me lo entregaba y regresábamos a la fiesta, vi su duda en sus ojos, pero fue mi amiga la que sugirió que era buena idea y entonces accedió.
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