Breve comentario de “Travesuras de la niña mala”, de Mario Vargas Llosa.

 



De “Travesuras de la niña mala” a bote pronto les puedo decir que me lo voy a tener que pensar bien para saber si será mi libro del año, porque la verdad este año casi todo lo que he leído es de un nivel excelso. De lo que sí estoy seguro desde ya, es que este libro se convertirá en uno de mis favoritos en la vida, porque la verdad tiene todos los elementos que a mí me gustan: un traductor latinoamericano que vive toda su vida adulta en París y que se enamora locamente desde niño de una mujer que lo usará una y otra vez dejándolo hecho añicos, apareciendo y desapareciendo de su vida a lo largo de 4 décadas en distintas latitudes, y en todas las ocasiones a pesar de que Ricardito, el niño bueno; lucha por no caer una vez más en los engaños de la niña mala, vuelve a ceder, porque en el amor no se manda. 

Que les digo, para mí la vida de Ricardo es un poco “el sueño”, y digo un poco porque en algún momento de mi vida yo también fantaseaba con vivir en París (ya no), igual que él yo me enamoré de una mujer a la que dudo vaya a dejar de amar algún día (mi niña mala se fue y no volvió) y la novela, que en cierto modo es de tiraje largo, por eso he tardado en terminarla a pesar de no soltarla ni un solo día desde que la empecé a leer, está llena de esa huachafería (qué bonita palabra) que a mi me encanta.


Vargas Llosa hace un retrato sencillo, meticuloso, nada ostentoso y sin recargarlo tanto para no alterar el drama central, del contexto local y mundial de cada latitud que expone, la de Europa en cada década en la vida de Ricardito, y del Perú convulso que tanto padeció la segunda mitad del siglo pasado. Me parece es la mejor novela que ha escrito, al menos de las que yo he leído, una narrativa limpia, clara, (dos de las tres anteriores eran prácticamente novelas epistolares), y que mantiene la atención en todo momento para ver cómo va a volver una vez más la niña mala a la vida de Ricardo, o como esté la va a dejar de una vez por toda, o el desenlace que le espera a esta mujer que toda la vida vivió una vida intensa buscando salir de la realidad que la marcó en su infancia, sin aceptar cánones y sin aceptar la huachafera realidad de que la felicidad se encuentra en el amor y nada más. El final es una completa hermosura, con un Ricardo ya en la previa a su vejez empezando a hacer lo que siempre se negó a hacer, con una vida en la que también experimentó y se dejó llevar por el contexto social que vivió en cada etapa de su vida y el lugar que vivía, sabiendo que era un exilado, ni de aquí ni de allá, un completo ciudadano del mundo; pero siempre amando a la misma mujer. 


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