Manifiesto sobre el amor real.



Por Juan José Antuna Ortiz
Para Emma


Yo si creo en el amor que no condiciona.

En ese amor que no pide ni exige presencia total, que no requiere validaciones o preceptos sociales y morales, que jamás se fija en el valor mercantil de las cosas, sino en los detalles que se entregan con el corazón. Ese amor que es muy parecido a la mirada de un perro tierno o un caballo agradecido. Ese amor que corresponde más a las infancias, sobre todo a las infancias que sobreviven en el corazón de algunas personas adultas a pesar de los años. Ese amor que también suele habitar en algunas auras artistas. Ese amor que no pide ni cantidad, ni calidad, ni reciprocidad; simple y llanamente sinceridad y honestidad. Un amor que no atribuye ninguna responsabilidad al otro que no le corresponda, que no lo culpa por sus decisiones del ayer, de lo que se pierde en el intentar, en el caminar; que no recrimina el pasado, sino todo lo contrario: lo cobija con todo y miedos, con todo y cicatrices, con todas las historias que lo han hecho ser la persona imperfecta que es. Un amor que no coarta los anhelos y deseos del otro (siempre y cuando no atenten contra terceros), aunque a veces vayan a contracorriente de los nuestros, a contranatura de los tiempos de los demás. Un amor que apoya, que soporta, que es espalda. Que no le importa la distancia. Que es indudable, incuestionable, y no es insistente. Un amor que, a pesar de lo que digan las absurdas reglas de los “famas” y las tendencias de falsos profetas del internet, siempre van a dar más de lo que reciben, y precisamente por eso lo hace. Pues creo que el amor verdadero es totalmente desinteresado. No teme a ser lastimado porque el amor verdadero va a encontrar a su igual si sabe mirar, aunque tenga que esperar


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