Carta para la dueña del poema que desapareció.
En el taller de cine en el que estoy, nos han pedido como ejercicio hacer una descripción detallada de un objeto, una persona, o lo que nosotros queramos. Desde que nos daban las indicaciones de este, lo primero que vino a mi mente fuiste tú. La verdad no sé que pensarías de saber lo que estoy a punto de escribir sobre ti, pero aún así lo hago, porque siento que te he observado desde hace tanto, aunque esto sea metafísicamente imposible. Lo primero que podría decir sobre ti es que eres una criatura pequeñísima, si del espectro terrenal hablamos, delegadita, bajita, tus vestidos largos parece que flotan. Tus manos apenas y se distinguen, pero una vez que se postran en mi espalda cuando nos vemos y brotan las inmensas ganas de abrazarnos, tienen una presencia inmensa. Eres tan imperceptible por momentos, tan ensimismada en ti misma cuando te encuentras en multitud, callada, siempre al ritmo de tus pensamientos y de tu pulso. A veces me da por imaginar que bien podrías caber en una nu